Hace algún tiempo, el neurocientífico David Bueno i Torres en una entrevista concedida a La Vanguardia con motivo de la presentación de su libro “Cerebroflexia” ponía de relieve cómo nuestro cerebro debe su estructura en parte a la genética y en parte al ambiente. Y que precisamente el ambiente que rodea a los millenials está formado por una gran cantidad de productos y servicios tecnológicos que permiten externalizar algunas tareas que habitualmente realiza nuestro cerebro.
De hecho, en esta entrevista, literalmente comentaba que:
Los nativos digitales tienen menos conexiones en la zona de gestión de la memoria del cerebro porque parte de esta función la han externalizado hacia los aparatos digitales: ya nadie recuerda el número de teléfono de sus amigos.
Además, estas personas tienen una mayor robustez de conexiones en las zonas de integración del cerebro, lo que permite incorporar muchos datos diferentes en un mismo trabajo. Mientras antes ibas a buscar un libro o dos a la biblioteca, ahora las nuevas tecnologías nos permiten tener veinte páginas abiertas en el ordenador o tableta e ir tomando ideas de todas ellas.
Los neurocientíficos como expertos conocedores del cerebro tienen una mirada más optimista que los científicos sociales sobre cómo las nuevas tecnologías impactan en nuestra memoria y el cerebro.
Mientras que para los primeros las nuevas habilidades y destrezas cognitivas que ponemos a prueba a diario con el uso de Internet representan un desafío; para los segundos, inhiben capacidades naturales y vuelven perezoso a la memoria y al cerebro.
Uno de los tantos estudios sobre el tema fue publicado en 2013 en la prestigiosa revista Scientific American que planteó cómo "la nube" está cambiando la forma en que recordamos el mundo que nos rodea.
Según la revista científica, esto estaría avalado por investigaciones realizadas en la Universidad de Columbia y en la Universidad de Wisconsin. Sus conclusiones es que todos delegamos tareas mentales de memoria en los demás: familia, amigos y colegas en el trabajo por ejemplo. Es decir distribuimos automáticamente la responsabilidad de recordar hechos y conceptos entre los miembros de nuestro grupo social. De alguna manera compartimos los recursos cognitivos para recordar las cosas.
Sin ir más lejos, la semana pasada, diversos medios difundían los resultados de un estudio publicado en la revista Nature.
Con sus resultados en la mano, se puede afirmar que los navegadores (GPS) están debilitando la capacidad del cerebro para orientarse. De la misma manera que las calculadoras o la agenda del teléfono han interferido en las habilidades matemáticas o en la capacidad de recordar un número.
En concreto, este estudio muestra ahora que el navegador del coche o del móvil provoca que las áreas cerebrales dedicadas a la orientación espacial y a la navegación reduzcan su actividad.
A comienzos de siglo, un estudio ya clásico demostró que el cerebro de los taxistas de Londres era más grande que el de otras personas. En concreto, una región cerebral, el hipocampo posterior, mostraba una mayor densidad de materia gris. Los resultados fueron confirmados una década después con una muestra de taxistas antes y después de que tuvieran que aprenderse el callejero con las más 25.000 calles londinenses para obtener la licencia. Los que consiguieron la licencia tenían el hipocampo más desarrollado.
En definitiva, como podemos ver los grandes avances tecnológicos a veces producen cambios importante en nuestra forma de vivir, de relacionarnos, o como podemos ver incluso en la estructura de nuestro cerebro, por lo que siempre generarán debates y controversias.
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