Esta semana, el doctor en medicina y experto de neuroeducación Francisco Mora, en una entrevista para "El País" decía que había que acabar con el formato de clases de 50 minutos, alertando así de que se siguen dando por válidas concepciones erróneas sobre el cerebro en educación.
Aprovechando este hecho, hacemos un repaso por algunos de los avances en neurociencia que pueden transformar la educación en los próximos años.
En particular, esta disciplina, la neuroeducación, se encarga de trasladar la información de cómo funciona el cerebro a la mejora de los procesos de aprendizaje. Por ejemplo, conocer qué estímulos despiertan la atención, que después da paso a la emoción, ya que sin estos dos factores no se produce el aprendizaje.
Según este mismo investigador,
Aprender es un proceso que ya viene programado genéticamente en el cerebro de todos los organismos, y es básico para la supervivencia.
Aprender y memorizar en su esencia significa hacer asociaciones de eventos que producen cambios en las neuronas y sus contactos con otras neuronas y sus conexiones. Y, en esencia, todos los cerebros usan los mismos mecanismos neuronales de aprendizaje.
Se sabe que el cerebro se va desarrollando y madurando con la edad, por lo que deberemos tener en cuenta cuando educamos, ya que el cerebro del niño no funciona como el del adulto.
Hay que tener también en cuenta los periodos sensibles para favorecer este desarrollo, así como, también considerar la importancia de propiciar un ambiente enriquecido frente a uno privado de estimulación ya que este último tiene efectos negativos tanto en el aprendizaje infantil como en el adulto.
Otro aspecto destacado es la importancia de las emociones, que influyen en los procesos cognitivos (la ansiedad y el estrés afectan a la capacidad de control cognitivo y el estado de ánimo influye en los procesos de pensamiento como la asimilación de la información, la atención y la memoria de trabajo).
Y a su vez los procesos cognitivos afectan a las emociones, ya que a través del pensamiento podemos evocar un momento de felicidad y hacer que nos sintamos mejor.
Se sabe también por ejemplo que sin emociones no existiría toma de decisiones.
Según algunos expertos, lo que ocurre con nuestro modelo educativo es que de alguna forma se fuerza a un proceso poco natural para desarrollar capacidades para las que todavía no están neurológicamente maduros, cuando existen otros aprendizajes para los que sí lo están y sin embargo se ven relegados a un segundo plano como son los valores, la autonomía, el autoconocimiento, la gestión de las emociones, etc.
No se trata tampoco de afirmar categóricamente que no deban aprender a leer los niños a los 6 años de edad o antes, simplemente se trata de cuidar el modelo y adaptarlo al conocimiento sobre aprendizaje vigente.
Por ejemplo, cuando se habla de preescritura, se refiere a lo que precede a la escritura, es decir, lo que prepara para poder escribir. De esta forma, una adquisición ordenada de habilidades y conocimientos facilita el aprendizaje sin generar posibles frustraciones que además genere rechazo en el alumno.
Se sabe que para escribir en un papel es necesario que el niño desarrolle habilidades con respecto a ciertos movimientos musculares, coordinación óculo–manual, y sentido de la lateralidad, y la corteza motora del cerebro, que controla la coordinación de las manos y los dedos, generalmente, no está desarrollada del todo, al menos hasta los 5 años de edad.
Aunque hablemos de un cerebro totalmente maduro, la capacidad para modificar la estructura cerebral y generar nuevas conexiones o redes neuronales no desaparece.
Por tanto, muchos de estos avances son claramente aplicables, como por ejemplo la importancia de las emociones que comentábamos anteriormente.
Nuestro sistema límbico (que regula las emociones), realiza un análisis por adelantado de la información. En función de lo relevante que lo considere, las neuronas dopaminérgicas de nuestro sistema límbico deciden si transmiten un impulso o no.
Nuestro cerebro no almacena todo lo que le llega, sino que hace una selección. Sólo almacenamos la nueva información cuando ésta nos produce alguna emoción.
Es casi imposible aprender sin una implicación emocional. La curiosidad, la ilusión o incluso un pequeño esfuerzo fomentan una mayor atención y aumentan las probabilidades de que lo que acabamos de aprender quede almacenado.
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