Desde el año 2008, y debido en parte al descenso de muertes por accidente de tráfico, el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte no natural, llegando en 2014 a duplicar las muertes provocadas por accidentes. No obstante el suicidio, quizás por tabú cultural o por desconocimiento, no tiene la visibilidad que a priori las estadísticas le confieren.
Normalmente, la persona que decide quitarse la vida lo que desea es alejarse de una situación que no se siente capaz de manejar. El suicidio se presenta ante el sujeto como una puerta al alivio. Los factores desencadenantes del suicidio son variados, siendo el más destacado el trastorno mental (con más de un 40% de prevalencia), seguido por los problemas de pareja, la crisis económica y la salud física. Por supuesto uno de los predictores que más pueden alertar sobre un intento de suicidio es la depresión, sin embargo, y dependiendo de las investigaciones, hasta entre un 13% y un 40% de las personas que se suicidan no presentaban ningún síntoma de Trastorno por Depresión Mayor.
Aunque pueda parecer obvio, otro de los factores de riesgo clave en el suicidio es la reincidencia. Un 10% de las personas que amenazan con suicidarse o intentan suicidarse en algún momento acaba quitándose la vida. Además, una de cada tres personas que se ha intentado suicidar vuelve a intentarlo antes de que pase un año.
España ha sido tradicionalmente un país con una incidencia de suicidios baja en relación a su entorno, pero desgraciadamente mantiene una tendencia en ascenso desde hace varias décadas, ya que las muertes por sucidio en 1980 fueron alrededor de 1.800 mientras que en el año 2014 superaron las 3.900. La única comunidad en la que actualmente existe un embrión para crear un plan de prevención es Cataluña, pero dados los datos parecería conveniente que el sistema de salud formulara un plan de prevención como ya existe en muchos otros paises como Reino Unido, Dinamarca, Noruega y Suecia.
Contrariamente a la creencia popular de que “el verdadero suicida no avisa” la realidad es que la mayoría de las personas que intenta suicidarse lanzan una gran cantidad de señales previas que pueden pasar desapercibidas. En este asunto la inteligencia artificial está demostrando ser muy eficaz.
Un equipo de la Universidad de Vanderbilt ha creado un algoritmo capaz de predecir los intentos suicidas que ocurrirán en la próxima semana con una precisión del 92% y con un 80% al 90% los que ocurrirán en los próximos años.
Las predicciones de este sistema se basan en los registros médicos de los pacientes ingresados en el hospital con signos relacionados con el suicidio. Como ya hemos comentado en otras ocasiones la inteligencia artificial es capaz de aprender de estos datos. Lo que a partir de ahora se intentará es probar el sistema en otros hospitales para determinar hasta qué punto el algoritmo es extrapolable a otras localizaciones y situaciones social-demográficas.
En este aspecto hemos encontrado dos propuestas muy interesantes. La primera de ellas es una App lanzada en argentina bajo el nombre de CALMA. Esta app que se puede descargar en el móvil se basa en la Terapia Dialéctico Comportamental o DBT. La app en cuestión dispone de 2 modos, uno para cuando se está fuera de crisis y otro para cuando el sujeto se encuentra en crisis. Durante los momentos en que el usuario está fuera de crisis la app solicita información positiva al usuario, como actividades que le gustan, fotos, etc.. una especie de compendio de “motivos para vivir”. En todas las pantallas de la aplicación existe el botón de crisis, que al ser pulsado inicia un modo en que se solicita al usuario su estado de ánimo y se le presentan cartas con propuestas de actividades. Una vez finalizan las actividades se vuelve a pedir información de su estado al individuo para mantener o cambiar la estrategia y aprender para futuras crisis.
Por otro lado los desarrolladores del Icahn School of Medicine en Monte Sinaí han creado una app llamada Emotional Faces Memory Task. La app presenta una tarea en la que se muestran diferentes rostros que por un lado hay que memorizar, y además hay que identificar la emoción que expresan. Aunque el proceso parece sencillo, Brian Iacoviello, coautor del estudio indica que “El objetivo es el de apuntar a la anomalía del pensamiento que vemos en los pacientes con depresión –rumiación, obsesiones, enfocarse en lo negativo– y activar dos modos de procesamiento simultáneamente (procesamiento emocional y control cognitivo).”
Tras la primera investigación los individuos que siguieron esta intervención redujeron un 42% los síntomas depresivos, dato nada desdeñable frente al 15.7% de reducción del grupo control, que sólo identificaba formas sencillas, por lo que no activaba el procesamiento emocional.
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